Piénsalo tres veces.

El mayor de nuestros problemas es ser humanos.

Por: Francisco Javier Rauda Larios


 

¿Quién lo diría?

Pero, así es.

Uno de nuestros mayores problemas, sino es que el principal, es considerarnos a nosotros mismos “humanos”.

Desde mi reciente entendimiento, y lo digo así sinceramente; porque fue apenas hace muy poco tiempo que llegué a esta conclusión y, de igual manera, he de confesar, también, que fue debido a un error que cometí y el cual había viniendo repitiendo desde hace unos años, quizá toda mi vida y sin embargo nunca lo había visto desde esta nueva perspectiva.

Y sinceramente no sé por qué, pero tengo la sospecha de que, en éste preciso momento, usted mi estimado lector, tendrá la curiosidad de saber a qué error me refiero.

Pues no se diga más, en seguida, no solo lo sacaré de la duda, sino que además lo sorprenderé porque…

El error no importa.

¿Entonces?, se preguntará usted.

Bueno, la cosa es que puede ser cualquier error o falta, un mal hábito o, incluso, un acto único, que nos lastima o lastima a otros, que nos hace daño o daña a otros.

Le pido de favor que, en este preciso momento, haga una pausa en su lectura y se tome unos minutos para reflexionar sobre lo que aquí expongo.

Piense en algún error, falta o hecho negativo que usted haya cometido contra sí mismo o contra otra persona.

Ahora, piense en su justificación.

¿Por qué?

¡Adivine!

Si, así es, siempre tenemos una justificación.

Y he aquí el meollo del asunto que trato en el presente artículo.

La justificación se la atañimos, en la mayoría de los casos, por no decir que, en todos, al hecho de que…

somos humanos”.

Si, aunque nos cueste un poco de trabajo asimilar este hecho, así es.

Le explico, desde mi muy personal y humilde punto de vista, el por qué.

Como humanos somos débiles, de hecho, hay un refrán que así lo afirma:

La carne es débil”.

Y hace alusión a lo que trato de argumentar, justamente.

Sería como decir, en palabras más coloquiales: “púes ni modo, qué se le va a hacer”.

Voy a mencionar algunos casos para tratar de aclarar mi argumento y, le pido de la manera más amable que, por favor, me corrija, apreciado lector, si estoy equivocado.

Cuando nos enteramos que alguna persona, un político, un ministro eclesiástico, una actriz, solo por señalar a algunas personas “importantes”; pero bien podría ser nuestro vecino o vecina, o una persona marginada; cometió algún hecho que ofende a la moral, casi invariablemente escuchamos o decimos la, para mí, más famosa, y a la vez, simple y sencilla de todas las justificaciones:

también es humano”.

Y…

¡TARAN!

Diría Don Mario Moreno “Cantinflas”, ahí está el detalle.

Le achacamos a nuestra naturaleza humana todo lo malo que podemos ser, y de hecho lo somos, pero hablar de ello sería tema no solo de otro artículo si no de un libro completo, y de hecho ya los hay, le recomiendo, aprovechando el comentario, el libro de  Eva Pierrakos: “No temas el mal”, y, retomando nuestro asunto, esa es nuestra excusa “tranquilizadora”.

He aquí algunos ejemplos, cualquier semejanza con la realidad, es mera coincidencia, ¡aclaro!

Si engaño a mi pareja, bueno, soy humano.

Si me robo un chocolate, bueno, soy humano.

Si mato una lagartija, bueno, soy humano.

Si abuso de un menor, bueno, soy humano.

Si mato a otro ser humano, bueno, soy humano.

Quizá hemos olvidado, a nuestra conveniencia, que también…

somos seres divinos.

Y, permítame hacer la aclaración, como dice el Sr. Velibor «Bora» Milutinović: “yo respeto”.

Respeto todas las ideologías filosóficas, políticas, religiosas.

Yo creo en Dios.

Y creo, muy firmemente, que estamos hechos a su imagen y semejanza, somos parte de su divinidad y, por ese simple hecho, debemos considerarnos seres divinos.

Pero quiero suponer, de hecho, lo vivo, que es más fácil ser humano, así podemos justificar, con toda tranquilidad, cualquier cosa que hagamos que atente contra nosotros mismos o contra nuestros semejantes.

Con base en lo anterior la invitación a la reflexión va encaminada en este sentido, le invito a hacer el ejercicio con los siguientes cuestionamientos:

¿Cómo puedo acercarme más a Dios?

¿Cómo puedo ser un Ser más divinos y menos humano?

¿Cómo puedo llenarme de Amor, de bondad, de compasión?

Y, obviamente, actuar en consecuencia.

En mi humilde opinión, creo que la única manera de mejorar el mundo en que vivimos es acercarnos más a Dios, a Adonaí, a Alá o a quien, como sea que usted le llame a ese Ser Superior o Divinidad en quien cree.

Permítame aclarar que al decir acercarnos más, no me refiero a ir más seguido a la iglesia o al estudio o a la sinagoga; tampoco me refiero a orar más seguido, que, bueno, eso no haría nada mal, sino a descubrir nuestra naturaleza divina, a reconocernos como seres divinos y, como ya lo señalé, a actuar en consecuencia.

Una buena práctica sería, supongo, es conversar más con nosotros mismos; pero realmente poner atención a nuestras conversaciones interiores.

En una de mis conferencias (Cambia tu mente, cambia tu vida) menciono que nuestra mente es una herramienta muy poderosa y por eso, precisamente, debemos utilizarla como una herramienta y no permitir que ella nos utilice a nosotros.

Muy probablemente ha visto usted, en alguna publicación o en algún programa de televisión o en el cine que cuando alguien duda entre hacer algo bueno o algo malo, aparece a un lado de su oído derecho un angelito y al lado de su oído izquierdo un diablito, y la persona debe decidir a cuál de los dos hacerle caso.

Bueno, la cuestión, según yo, es que esa imagen está equivocada.

Solo tenemos una mente y el diálogo es realmente entre nuestra mente y nosotros.

Y es, en ese preciso momento, cuando, como decía San Francisco de Asís, debemos entender la diferencia.

Habrá ocasiones en que yo quiera hacer algo que no es correcto y mi mente me aconseje considerarlo y hacer lo que es debido y en otra ocasiones, la mayoría, yo quiero hacer lo que está bien y mi mente sea la que me mal aconseje: “pasa nada”, “una vez al año no hace daño”, “te lo mereces”, “¿quién se va a enterar?”, “Tú eres el que manda”, “se lo merece”.

Finalmente, le recomiendo que se tome un momento cada día para conectarse con esa divinidad superior, hacerlo resaltará su propia divinidad.

Incluso, si no lo quiere ver desde ese punto de vista, le recomiendo, de igual manera, tomarse un tiempo para platicar con usted mismo y discernir qué es lo que mejor conviene para su estabilidad emocional, esto es, para encontrar esa paz interior que le traiga, y proporcione, no solo a usted si no a los demás, felicidad.

Concluiré citando unas palabras que realmente me encantaron y que espero le encanten, de igual manera, mi querido lector y, de igual manera, espero le muevan algunas fibras interiores que lo lleven a atreverse a, como dijo Gandhi, convertirse en el cambio que quiere ver en el mundo.

El autor, al menos para mí, es desconocido, pero sus palabras son muy sabias

Estamos aquí para sanar, no para lastimar.

Estamos aquí para amar, no para odiar.

Estamos aquí para crear, no para destruir”.

Hasta el próximo, Dios mediante.

 

Deja un comentario