José Juan Marín González

Para todo o para casi todo, hemos olvidado por superficialidad y egoísmo el valor de las personas y el sentido primordial de lo humano.

En la vida común y corriente y en la vida laboral, hemos perdido de vista que aquellos con los que tratamos son seres humanos, independientemente de la profesión o trabajo al que se dediquen.

En la vida social y en casi todos los centros de reunión, asistimos al fenómeno de deshumanización de las personas: las vemos como piezas de producción, como engranes para satisfacer nuestro interés o como funciones o tornillos de una maquinaria social que avanza hacia no sabe dónde.

En la vida política y en la administración pública, también suele verse y valorarse a las personas por lo que visten y por su apariencia exterior, o por aquello que podemos manipular en ellas, y no por su yo interno o por su inteligencia y capacidades.

Hace varias semanas, leyendo un tratado de “filosofía del hombre”, me di cuenta de que somos una sociedad al revés: que hemos trocado los valores del humanismo por los del materialismo, y que hemos invertido los valores y principios de la cultura occidental.

En efecto, leyendo a ese eminente filósofo español que es Julián Marías, caí en cuenta que el ser humano no es su comportamiento sino sus sentimientos y su personalidad emocional; que el ser humano no son sus cabellos sino sus ideas; en suma, que el ser humano no son sus uñas ni el color de su piel, sino los pasos de un largo andar en busca de su destino.

Por esto, precisamente porque hemos olvidado todo esto, la quiebra del humanismo es la herida teológica por la que sangra el mundo de hoy.

Por esto, precisamente porque hablamos de principios y valores de dientes para afuera, pero de dientes para adentro somos lo contrario, el mundo de hoy es un signo de interrogación que no sabe a dónde va.

En mi modesta opinión, hace falta retomar la escala de valores y principios que nos definen frente a otras naciones, para volver a ser una nación grande y poderosa.

Si esto hacemos, le habremos dado una oportunidad a la cordura y a la reconciliación, para cambiar desde adentro como sociedad y volver a ser ejemplo continental en Latinoamérica.

No importa si somos de una corriente religiosa o de otra; si somos de izquierda o de derecha; si ejercemos la economía o la abogacía… Eso no importa. Lo que importa es ser más humanos que de costumbre, y salvar al ser humano de sus tristezas y desconsuelos. Eso, creo, es lo verdaderamente importante.

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