José Juan Marín

Ayer empezó a rodar el balón Qatar 2022 y terminará de girar hasta el 18 de diciembre, es el primer Mundial en Medio Oriente, el primero que se organiza en un país árabe; un rincón del Golfo Pérsico con algo más de dos millones y medio de habitantes, la mayoría de ellos inmigrantes, levantado sobre una de las más grandes reservas de petróleo y gas natural del mundo, y sin ninguna tradición futbolística.

Alejandro Wall periodista argentino especializado en deportes, describe lo siguiente:  » Todo Mundial es político. O todo Mundial es geopolítico. Se juega en el terreno de lo real, lo simbólico y lo imaginario «.

Esta copa mundialista Estados Unidos perdió la sede con votación el 2 de diciembre de 2010 y una herida quedó abierta.

El FBI (Buró Federal de Investigación) hizo su ingreso a escena. Fue el aleteo de la mariposa que movió toda la estructura del fútbol global, lo que destapó el mayor escándalo de corrupción de la historia del deporte. La FIFA voló por los aires.

En Qatar con su ley islámica, mantiene restringidos los derechos de las mujeres, una legislación que castiga a las minorías, cómo la relaciones entre personas del mismo sexo, y un sistema laboral, la kafala, que ayudó a levantar seis estadios desde cero y a remodelar otros dos a puro lujo en solo una década.

Todo bajo temperaturas que en verano pueden llegar a los 50º Celsius, sumado a los efectos de la humedad. Tan extremo es el calor que movió la fecha mundialista de junio-julio hacia noviembre-diciembre.

Un reportaje de la revista Time en una edición relata estas historias. Cuenta cómo la kafala, un sistema de patrocinio que se extiende por otros países de Medio Oriente, tuvo que ser eliminada en Qatar por la presión que ejercieron organismos internacionales hacia la FIFA.

El Mundial obligó a modificar leyes laborales, determinar salarios mínimos, mayores tiempos de descanso, zonas frescas y mejores condiciones.

La cantidad de muertes entre trabajadores migrantes —en su mayoría provenientes de India, Bangladesh y Nepal— aún resulta difícil de determinar. En Brasil se tuvieron las propias cuando organizó el Mundial 2014.

Qatar, un país musulmán, con su ley islámica, quiere mostrarse al mundo y quiere que el mundo lo acepte como es. Pero eso también tiene sus costos. El intento de usar el deporte para limpiar la imagen de un país o un gobierno, no siempre funciona. En ocasiones, genera efectos contrarios.

La dictadura argentina de 1976-1983 intentó con el Mundial de 1978 tapar sus crímenes de Estado, las torturas y los desaparecidos, pero fue ese Mundial el que abrió las puertas a la prensa internacional, a que las Madres de Plaza de Mayo pudieran ser escuchadas.

Solo hay que mirar el último Mundial, Rusia 2018, la final con la invasión al campo de las Pussy Riot, la Invasión a Ucrania y suspensión generalizada de atletas y equipos rusos, anoto Alejandro Wall.

Los Mundiales abren las venas del país organizador. Pero también son espejismo, un Estado FIFA donde todo queda suspendido por un tiempo.

Creo que las expresiones de hinchas y jugadores en esta copa del mundo romperá con algunas barreras.

El fútbol, aún en su costado de negocio, a veces da espacios que otros lugares no.

Seguramente vamos a mirar a Qatar sin nuestros prejuicios occidentales.

El Mundial nos consume, pero la vida sigue. No se trata solo de Qatar, se trata también de nosotros. Y sobre todo de lo que venga después, de lo que deje el Mundial.

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