José Juan Marín

Ya en los años setenta del siglo pasado, cuando se constituyó el Club de Roma, se hizo común la advertencia de que teníamos una sola tierra, y de que era mejor buscar a tiempo un desarrollo sustentable, porque los recursos naturales del planeta no eran infinitos.

Ya entonces, los científicos Bárbara Ward y René Dubos, advertían que había que cuidar el aire, los bosques y el agua, porque si no lo hacíamos, llegaríamos a una crisis climática y a un cataclismo ambiental.

A lo largo de los últimos veinte años del siglo pasado, con base en el estudio “Los límites del crecimiento”, se convocó al mundo a un cambio de paradigma energético, porque las energías fósiles no eran ya el futuro sino el pasado de la humanidad.

No pasó mucho tiempo para que los desastres naturales y ambientales hicieran su aparición en la tierra.

Hoy los signos de la catástrofe ambiental están presentes en casi todos los países del mundo.

La alteración de los ciclos de la lluvia lleva sequía a unas partes del mundo y exceso de lluvias e inundaciones a otras.

Un efecto del cambio climático global es que ha desaparecido la frontera entre las estaciones del año.

La crisis de agua potable, apta para el consumo humano, es otro más de los signos ominosos de nuestro tiempo, porque sin agua potable podrían detonarse las epidemias y enfermedades que ya habíamos controlado, y en este caso, días de profunda oscuridad podrían aguardar al ser humano en el futuro inmediato.

Si queremos que haya vida sobre la tierra, tendremos que evitar el deterioro ecológico con medidas verdaderamente urgentes:

Una política integral y universal para el control de desechos sólidos y líquidos, reduciría la contaminación del suelo y el aire.

Una política que evite y penalice con severidad la tala de árboles, y además despliegue programas intensivos de reforestación, podría amortiguar las crisis del agua y devolvernos el equilibrio ambiental que hemos perdido.

Poner un acento especial en limitar la producción de plásticos en la gran industria, ayudaría a detener la contaminación y a permitirnos respirar aire puro.

Estatuir la sana práctica de la cultura del reciclaje y la reutilización de plásticos y otros materiales contaminantes, podría contribuir a detener el cambio climático global.

Si esto no lo hacemos con la urgencia que se requiere, la existencia en la tierra se verá empobrecida y muy pronto podríamos ver el fin de una civilización.

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