Por Mtro. Hist. José Arturo Villaseñor Gómez
Los años posteriores a «La bola», como se le llamó también al movimiento armado revolucionario, fue una etapa difícil en ese intento de reconstrucción del país, situación que se vio reflejada en los municipios michoacanos.
Era el momento de buscar cumplir los postulados de la Constitución de 1917, con unas autoridades con muchos conflictos de diversa índole: el campo requería una reestructura novedosa y funcional, los pleitos entre campesinos contra los hacendados que se negaban a entregar tierras duraría hasta mediados de los años treinta del siglo XX.
Los programas de educación laica, gratuita y obligatoria no era un asunto menor: por una parte hacían falta maestros capacitados, por la otra se tuvo que luchar contra la ideología católica que veía en el proyecto educativo el riesgo de que los niños se hicieran comunistas o socialistas y renegaran de su fe cristiana; muchas madres preferían llevar a sus hijos a escuelas católicas o a la casa de alguna persona que les enseñara los rudimentos de la formación inicial como a leer, contar y escribir.
Por otra parte, el movimiento cristero ocasionó de muevo la suspensión de muchas actividades en la vida de los habitantes de los municipios.
No es difícil comprender que eran escasos los recursos económicos que se generaron en ese periodo, la vida era también complicada para la gente que para subsistir siguió sembrando en el traspatio de su casa lo indispensable para subsistir. como era frijol, jitomate, cebolla, chile, calabaza, haba, cilantro y otros productos; así como tener aves de corral y engordar algún cerdo, lo que les permitió subsistir con precariedad.
Fueron momentos difíciles para un pueblo ya habituado a subsistir ante los vaivenes y vicisitudes de un estado gobierno que no acababa de consolidarse.